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La espada de Medialuna, relato fantástico.

       Era una noche de verano, ya había terminado el instituto. Un chico, llamado Félix, volvía a su casa tras jugar al baloncesto. Pensaba llamar a su novia en cuanto se duchara para salir. Ya estaba pensando en todo lo que harían por la noche, pero algo deshizo todas sus ideas. Félix vio a su novia Mary, pero estaba con otro; estaba besando a otro chico. Al ver eso, Félix sentía odio, aunque al mismo tiempo tristeza pues era su primera novia, y estaba con otro chico. Decidió seguir su camino.

       Llegó a su casa, sus padres habían salido, y se duchó. Tras la ducha se puso el pijama, no tenía ganas de salir, se preparó algo para cenar y vio la televisión hasta altas horas de la noche. Pasada la una de la madrugada decidió acostarse para dormir, pero no podía, tan solo pensaba en la escena que vio volviendo a su casa. Al ver que no podía dormir, decidió salir a dar un paseo y se vistió con lo primero que encontró.

       En la calle hacía un frescor agradable, ese frescor de las noches de verano que animan a salir a la calle con los amigos. Eran las dos de la madrugada, los jóvenes ya regresaban a sus casas tras una noche divertida. Félix decidió dar un paseo por el parque que estaba cerca de su casa. No había nadie allí, excepto un borracho y un viejo con un gorro sentado en un banco. De pronto, el viejo se levantó y se dirigió a Félix. El joven dudó si evitarlo o hablar con él, por lo que se quedó parado, y el viejo habló con él:

       – ¿Qué hace un joven como tú a tan altas horas de la noche?

       –Tan solo doy un paseo para relajarme dado que no podía dormir.

El viejo, que llevaba un sombrero y una chaqueta vaquera. Incluso pantalones vaqueros, le siguió hablando:

       –Algo tan importante ha de ser para pasear por este parque solitario.

       –Tan solo es un problema con una chica.

       –Pobre –dijo el viejo, sacando una espada de su abrigo–, esto podría ayudarte.

       – ¿Una espada?, ¿cómo puede ayudarme un arma a recuperar a una chica?

       –Sencillo –habló el viejo esbozando una sonrisa –. No es una espada cualquiera, es la espada de la Medialuna.

       – ¿La espada de la Medialuna?

       –Sí, una espada que cada vez que se refleja la mitad de la luna, adquiere un poder especial. Quien la porte, adquiere poderes inimaginables.

       –De acuerdo, pero no puedo tener una espada.

       –Tonterías, cógela.

       El viejo desapareció en cuanto dijo su última palabra, y la espada permaneció allí. Félix dudó, si la cogía dónde la escondía; y si otra persona la cogía, podría utilizarla para matar a alguien, algo que él no podría dejar que otra persona muriera. Cogió la espada, una espada oscura, y se la llevó a su casa.

       Al día siguiente, Félix se levantó a las doce y fue a correr por el parque, su objetivo era encontrar al viejo a la vez que hacía ejercicio. Tras correr media hora por el parque, no encontró al viejo y regresó a casa. Se duchó y comió, y tras esto, recibió una llamada al móvil:

       –Ten cuidado guardián de la espada de Medialuna –dijo una voz grave y desconocida.

       – ¿Quién eres? –la persona que le llamó, cortó la conversación.

       Decidió ver una película, la primera que encontró, y tras verla fue a jugar al baloncesto.

       Félix era un jugador de baloncesto bastante bueno, apenas fallaba los triples, pero no llegaba a canasta debido a su baja estatura. Esa tarde jugó solo.

       Sin darse cuenta, ya se le había hecho de noche. Iba a volver a casa, cuando una persona encapuchada se presentó delante de él, ni siquiera sabía de dónde había salido.

       –Prepárate para morir guardián de la espada de Medialuna –dijo la voz que lo llamó por teléfono, y aquella persona desenvainó una espada.

       –Yo no tengo espada.

       –Mira a tu espalda.

       Allí estaba, la espada de Medialuna, la encontró hincada en el suelo. Pensó que no podía sacarla, pero la espada salió con mucha facilidad del suelo.

       –Ahora podemos comenzar el duelo – dijo aquella persona con la capucha, y conforme pronunció estas palabras, lanzó un ataque a Félix.

       Félix logró esquivarlo, y se dio cuenta de que su espada brillaba como la luna. Con una fuerza mucho mayor a la que tenía normalmente, Félix lanzó otro ataque. Su enemigo evitó cualquier corte, pero de la fuerza del golpe entre las dos espadas, dio una voltereta hacia atrás, y desapareció. Félix pudo ver la cara de su contrincante, blanca como la nieve.

       El joven Félix, decidió correr a su casa antes de que aquella persona encapuchada volviera a atacarle. En mitad del camino, comenzó a llover torrencialmente y Félix se extrañó, las nubes eran rojas y pronto apareció una neblina bastante densa a su alrededor. En poco tiempo, estaba en un sitio desconocido, a su alrededor había montañas negras, y el suelo que pisaba tan solo estaba formado por rocas, no había ni un rastro de vida por aquella zona. Alguien apoyó una mano en su hombro y Félix se volvió. Félix vio aquella cara blanca de aquel contrincante encapuchado y entabló combate.

       Los golpes iban de un lado a otro, tras dos horas de combate, ninguno de los dos estaban cansados. Se miraban fijamente, observaban todos los movimientos, los del contrincante y los propios. Pero no veían la luna que estaba encima de ellos, una luna que por cada golpe se volvía más roja. De pronto, una voz les paró:

       – ¡Alto! No luchéis más – dijo el viejo, el dueño de la espada; qué hacía allí –. Si seguís luchando, el mal podrá gobernar el mundo de nuevo.

       Las espadas cayeron, y el choque con el suelo retumbó como si un meteorito hubiera caído en aquel lugar.

       –Félix, estás luchando contra ti mismo –explicó el viejo.

       –No se parece a mí.

       –Es tu lado oculto, la parte de tu ser que no ha salido a la luz.

       Repentinamente, un ser con forma de llama apareció allí, y lanzó una inmensa llamarada. Félix usó su espada para desviarla.

       – ¿Qué es eso?

       –Un ser del inframundo. Se han abierto las puertas del mal –dijo el viejo.

       – ¿Hay alguna forma de cerrar las puertas? –preguntó Félix desesperado.

       –Vencer al mismo Diablo.

       – ¡¿Qué?! –Félix no daba crédito a lo que oía.

       –Tranquilo, la única dificultad es que el Diablo tomará la forma de la persona a la que más amas.

       – ¿Y si no la hay?

       –No lo sé.

       El ser encapuchado, el lado oculto de Félix, cambió repentinamente. Se transformó en un ser de fuego, mucho mayor que el que lanzó la llamarada, el cual había desaparecido. Un monstruo de tres metros se erguía delante de Félix, lanzando llamas a su alrededor.

       –Atácale a la cabeza.

Félix se disponía a hacerlo, pero aquel ser tenía una espada mucho más grande.

       Félix tenía que enfrentarse a ese ser, que era él mismo y todo el mal que pudiera haber. Un poderoso enemigo que gobernaría el mundo si no lo destruía.

       –Félix, actúa, atácale.

       Por fin Félix se decidía a atacar, pegó un salto para colgarse en el brazo del Diablo, subió hasta la cabeza, y clavó su espada en mitad de la cabeza de aquel ser. Todo aquel lugar se convirtió en luz.

       Félix se despertó, estaba delante del televisor con la cena, la cena de aquel día en que su novia besó a otro chico y él lo vio. Pronto comprendió lo ocurrido, había tenido un sueño, en el cual se enfrentó a todo el odio que tenía en su interior. Decidió acostarse.

       Al día siguiente, Félix decidió cortar con su novia. Decidió que no le convenía alguien que se iba con el primero que se encontraba, pero optó por explicarlo todo y controlar su odio de aquí en adelante por si ocurriera algo parecido a lo del sueño.

Juan Luis Tejero

Marzo de 2009

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